Uno de los grandes patrimonios de Elche es su campo. Miles de hectáreas que rodean la ciudad, en su mayoría agrícolas; una red de acequias, bancales, huertos de palmeras, faenetes y masías centenarias, repartidas en 30 pequeñas pedanías, hacen de este lugar un territorio único donde el tiempo sigue otro paso y la cultura local pervive.

El Camp d’Elx todavía conserva las raíces de una identidad propia. El que un día fue el principal motor económico de la ciudad ha ido quedando relegado hasta convertirse en uno de sus espacios más desconocidos incluso para muchos ilicitanos e ilicitanas.

Un ecosistema natural que cada mañana se enfrenta a nuevos desafíos para su supervivencia: la falta de agua, la falta de rentabilidad de los productos agrícolas o la ausencia de relevo generacional.

Y es que el campo hace un tiempo perdió su atractivo para muchos jóvenes, incluso para los que lo mamaron desde pequeños. Otros, en cambio, decidieron quedarse y continuar el camino de sus padres y madres, convencidos que al Camp d’Elx le queda muy recorrido por hacer.

Durante siglos, nuestro campo nos ha demostrado su gran poder de adaptación a situaciones adversas y de generar oportunidades para el pueblo de Elche. Nosotros tenemos nuestra responsabilidad de mantenerlo y no dejarlo caer. Un reto que generación tras generación hemos asumido, como Clara, Ramón y Noelia, que un día decidieron que había llegado el momento de dar un paso adelante y coger el relevo.

Clara, Ramón y Noelia eligieron quedarse en el Camp d’Elx, coger el testigo del legado familiar y darle un impulso: una plantación de tomates, una vaquería y un restaurante.